Mar, 12/02/2014 - 11:02 -- admin

La brújula que ha orientado el diseño de las ciudades en las últimas décadas, no son las personas, y mucho menos las niñas y los niños. En las ciudades, que representan el interfaz territorial del sistema socioeconómico actual, auspiciado por un modelo de movilidad basado en el petróleo a bajo costo, y en el predominio total del automóvil, las personas y sus necesidades no son el principal factor que se tiene en cuenta a la hora de planificar y construir ciudad. Los grupos sociales que quedan fuera de la toma de decisiones (principalmente niñas y niños, junto al resto de la ciudadanía más vulnerable) han quedado totalmente relegados e invisibilizados tanto en hecho, como en planteamiento.

Solo basta con observar las calles de las ciudades. ¿Dónde están las niñas y los niños? Y era en las calles y descampados, corriendo por el barrio, libres y con autonomía donde se adquirían habilidades que permitían un mejor desarrollo como personas, capaces de relacionarse con otras personas para construir colectivamente el día a día.

Las ciudades han cambiado tanto que los espacios que antes ofrecían para el juego y la exploración del territorio han desaparecido en beneficio de calles y calzadas con una gran demanda de espacio para albergar aparcamientos y el tránsito de vehículos (Prieto, 2008). Los espacios donde niñas y niños pueden pasar sus ratos de ocio se van viendo limitados en cantidad y calidad, y aparecen cercados en la mayoría de las ocasiones.

A esto ha de unirse la privatización de la vida, la pérdida de vida colectiva y de cuidados comunitarios. En las ciudades andaluzas, las calles eran vividas,
y “protegidas” colectivamente. Sin necesidad de móviles, o cámaras de video vigilancia, las madres sabían inmediatamente donde se encontraban sus hijas o hijos. Las calles tenían “ojos para observar” y “bocas y oídos para comunicar”. Se daba una socialización de la protección y el cuidado. Sin embargo en la actualidad cada vez más las familias han de asumir la responsabilidad de los cuidados y vigilancia de manera individual.

Realmente la infancia ha perdido la posibilidad de vivir la ciudad como un continuo. La reconocen y la viven en espacios aislados: de la casa al cole, del cole al parque-generalmente vallado e igual al que podrían encontrar en cualquier otra ciudad- o a los otros lugares donde tengan actividades, normalmente en vehículos a motor – que aíslan del entorno-y siempre en compañía de una persona adulta.

Según datos de la Unión Europea entre un 15 y un 20% de los desplazamientos urbanos diarios, los realizan los más jóvenes (Prieto, 2008), dato que merece la pena tener en cuenta. ¿Realmente se les pregunta a las niñas y a los niños cómo prefieren hacer esos desplazamientos?

La otra cara de esta situación es que se ha producido un proceso de pérdida de autonomía infantil que comenzó a mitad del siglo XX y que se sigue agravando en la primera mitad del siglo XXI, si bien comenzó en las grandes ciudades, los datos más recientes muestran que este hecho se está generalizando

a prácticamente todos los entornos urbanos (Román y Salís, 2011). Esto inevitablemente está teniendo y tendrá consecuencias en aspectos como el aumento en la obesidad infantil, dificultades para la toma de decisiones, pérdida de capacidades exploratorias del territorio, etc.

Para finalizar este apartado se incluye una reflexión de la educadora y periodista Heike Freire en el 6o Encuentro la Ciudad y los Niños, citada por Román y Salís (2011), así como una propuesta de reflexión de las mismas autoras. 

“Cuando para proteger a los niños, no se les permite hacer las cosas por sí mismos, se saltan etapas fundamentales del aprendizaje, no se responsabilizan de las consecuencias de sus acciones, ni son capaces de evaluar los riesgos; la probabilidad de que sufran accidentes se multiplica por 100. El miedo y la desconfianza tienden a retroalimentarse: el exceso de protección deja, paradójicamente, desprotegidos a nuestros hijos. Su autoestima, su confianza en sí mismos, y su creatividad se resiente” (Heike Freire, 2010). 

¿Cómo es posible que la sociedad custodie permanentemente a los menores hasta que alcanzan la pubertad, y que, sin solución de continuidad, sin haber recorrido su ciudad a pie o sin haber podido manejar una bicicleta, el paso siguiente sea conducir una moto en cuanto cumplen 14 años? (Román y Salís, 2011). 

Todas estas cuestiones son cuanto menos inquietantes, y constituyen una llamada de atención para replantearse la manera de “construir” ciudad y desenvolverse en ellas. 

Conviene analizar pues, otros modelos de ciudad que ya están siendo realidad y que pueden servir de inspiración, así como otros escenarios deseables a los que encaminar las acciones. Y conviene conocer qué papel podría y debería tener la ciudadanía en la construcción de ciudades que estén diseñadas por y para las personas pertenecientes a todos los grupos sociales, con un espacio público

al servicio de todas, que permitan transitar por ellas cubriendo la necesidad de movimiento, pero sin poner en peligro la salud personal o ambiental. En definitiva ciudades que realmente satisfagan las necesidades humanas reales, de toda la diversidad de grupos sociales que viven las ciudades.